UN ESPAÑOL DE CÁDIZ A UN AMIGO SUYO EN LONDRES
Es imposible concebir la fuerte impresión producida en esta ciudad por el inconsulto decreto de la Regencia del 30 de julio, en el cual se declara que las producciones de Caracas están bloqueadas por causa de su rebelión. Esta medida absurda ha asombrado a todas las personas que respetan los principios de justicia y que temen la separación de nuestros dominios de América.
Tan pronto como recibimos la primera noticia de Venezuela, dirigimos nuestra atención a ese país y observamos con placer un espíritu de moderación en sus procedimientos que nos inclina a su favor, especialmente cuando vimos que al romper las cadenas que los oprimían, no le dieron rienda suelta a sus resentimientos ni abusaron de la libertad que habían adquirido. Aun el Gobierno vió con satisfacción, que lejos de abrazar la causa del enemigo, renovaron el juramento para la defensa del Rey Fernando, por la continuación de la guerra contra Francia, por la unión con España, por contribuciones a la Metrópoli, y por la promoción del comercio más beneficioso con nuestros aliados los ingleses. De esta manera han sido considerados nuestros intereses; nuestros barcos de guerra que estaban en sus puertos han sido restituidos, y de ellos se ha obtenido ayuda voluntaria y liberal.
Una conducta tan generosa ha debido agradecerse especialmente cuando la Madre Patria estaba incapacitada para infligir castigo si se hubiera portado de otra manera. Es evidente que si nosotros todavía retenemos a América, como una provincia, lo hacemos porque ella lo desea, y nó porque nosotros podamos obligarla a la sumisión. Así, pues, si la adhesión de las Colonias a España es graciosa, ¿por qué toda esta violencia? ¿Por qué motivos se la autoriza, y en qué poder puede apoyarse? Aun cuando nos apoyara a nosotros el resto del Viejo Mundo, para someter al Nuevo a nuestra autoridad, el intento no tendría éxito. Es verdad que la emancipación de América se ha retardado, pero al hombre le es imposible frustrarla por más tiempo.
Mientras más medito acerca de la causa inmediata de este decreto perjudicial, más me persuado que tiene su origen en la debilidad de la Regencia que está no solamente influenciada sino gobernada por los comerciantes que componen la Junta de esta ciudad, y para satisfacer la avaricia de estos monopolizadores, desesperanzados de la buena causa, ellos más bien destruirían al Nuevo Mundo que someterse a los franceses. Por ellos es que nuestros aliados están privados de las inmensas ventajas del comercio con América; es por ellos que los interesa de la alianza están frustrados; y por ellos a los ingleses se les prohíbe en este momento entrar a los puertos de Venezuela, cuyos mercados les están abiertos, comenzando por tal medio una especie de hostilidad hacia nuestros mejores amigos.
La Regencia supone que los caraqueños se han declarado independientes de la Madre Patria. Esta es una calumnia que sólo sirve para exponer la falsedad de aquellos de quien procede. Es notorio a todo el resto del mundo que la provincia de Venezuela se ha declarado independiente, no de la Madre Patria, no del Soberano, sino de la Regencia, cuya legalidad se discute aun en España, a la cual no reconocerá ni obedecerá como la legítima representante del Monarca. En este respecto Venezuela está perfectamente al unísono con la Madre Patria, al no admitir que la Regencia sea la representación de la autoridad real.
Bajo esta circunstancias el aludido decreto puede considerarse un acto de independencia para América, porque por la debilidad del Gobierno, sus amenazas inútiles no pueden producir sino el desagrado y desprecio de aquéllos contra quienes van dirigidas, y han de ocasionar la separación de la provincia de Venezuela, y finalmente la de toda la América del Sur. Es evidente que tan pronto como los nativos de ese país descubran que ni su moderación, ni su adhesión a sus conexiones europeas, ni sus sacrificios pecuniarios, merecieron el respeto y la gratitud que ameritan, levantarán en alto el estandarte de la independencia, y le declararán la guerra a España. Ni dejarán de invitar a todos los pueblos de América a unirse en el mismo sistema, los cuales ya predispuestos para tal propósito, seguirán ansiosamente el atrayente ejemplo de los habitantes de Caracas.
Naturalmente concluyo, que el Gabinete británico debiera hacer algunas estipulaciones de carácter comercial con el Gobierno de Caracas, y consecuentemente permitir que este arreglo fuera entorpecido por un bloqueo tan ineficaz, y mucho menos que Inglaterra renuncie a los beneficios que adquiriría por el intercambio con Venezuela. ¿Cómo puede Inglaterra mirar con indiferencia que los mismos recursos de la alianza se empleen contra ella? ¿Cómo puede soportar que los medios con que suple a los españoles para el mantenimiento de la sagrada causa en que están comprometidos hayan de emplearse en favor del enemigo común? Estoy convencido que si hasta el presente la Gran Bretaña ha tenido la moderación de no intervenir en nuestros asuntos internos, al fin le será necesario mezclarse en una ocasión de tanta importancia, en la cual no solamente el destino de España y el éxito de América están unidos sino también sus intereses inmediatos y seguridad futura.
Tomado de:
Boletín de la Academia Nacional de la Historia. Tomo XXXVI, Jul-Sep 1953, Nº 143, p. 281.
Traducción: Gabriel Lugo.
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